Emprender en educación
Perfil del autor: Susana García Cuadro, Directora Ejecutiva de [ED]BUILDING Edbuilding.org (Linkedin)
Del mito del abejorro y otros vuelos
Hace cinco años me sentí superwoman e hice un cambio profesional de 180°. Después de una vida trabajando por cuenta ajena, pero con un espíritu emprendedor que me brotaba por todos los poros de la piel, lo dejé todo atrás y lo hice con esas ganas de volar a la altura del mito del abejorro (ese mito sí, el que asegura que aerodinámicamente el abejorro no puede volar y que se debate, incluso, en foros de ingeniería). ¿Os preguntáis, entonces, por qué vuela? Yo no me lo pregunté. Simplemente volé (así son los abejorros) y con mis ahorros, me compré una capa roja y el resto lo invertí en un proyecto apasionante.
Emprender, sí. Y también arriesgar un poco.
Antes de sacar el proyecto a la luz, asistí a horas y horas de asesoramiento, formación y networking. Cerré acuerdos, hice alianzas, sufrí caídas, luego remontadas… incluso cofundé una asociación de empresarias, viendo lo complicado que era esto de emprender siendo mujer, madre y recién llegada al mundo empresarial.
Pero eso no fue todo. Es que, además, decidí optar por un trabajo que amara y tuve la osadía de adentrarme y explorar mis posibilidades en el apasionante mundo de la educación (y lo de apasionante no es ironía, lo sabréis porque si estáis leyendo esto es que estáis tan locos y locas por la educación como yo).
Y, entonces, pasó aquello que dijo el filósofo Confucio, que «si eliges un trabajo que amas, no tendrás que trabajar un día en tu vida». Y yo añadiría «y lo amarás tanto, que desarrollarás tu talento y buscarás la excelencia mientras vivas, al servicio de los demás». Cierto, ¿o no es más arriesgado apostar por una profesión con múltiples salidas laborales, pero que te motiva ‘cero’? En ese caso ¿qué te va a impulsar a seguir formándote, investigando, innovando, entusiasmándote cada día con lo que haces y con la gente que te rodea?
‘Educación’ por ponerle un nombre a ese complejo universo
Y sí, elegí sumergirme en el mundo de la Educación. Ese universo repleto de profesionales donde, a alguien recién llegada como yo, le costó distinguir entre los gurús-vende-humos y las personas que se han construido a sí mismas, han invertido horas en formarse y desarrollarse profesionalmente y brillan por méritos propios.
Y, en este punto, dejadme hacer un paréntesis para que os desvele algo: cuando por fin aterrizas en tu destino, el que (no lo sabías), pero sí, el tiempo te demuestra que estaba esperándote. Y apareces ahí como una recién nacida, desnuda de prejuicios, despojada de toda experiencia y con todo por hacer… empieza algo mágico, empieza la vida-sin-la-historia: La vida que ansiaba sin la historia que me lastraba. No hay reto más estimulante ni vuelo más excitante que aquél que te saca de la comodidad de tu caja de recuerdos y te impulsa hacia un universo desconocido aunque (eso sí) elegido. Cierro paréntesis.
Y en ese aprendizaje, ‘complejidad’ es una palabra que (ya me mentalicé hace tiempo) me acompañaría a lo largo de todo mi recorrido. Porque, si bien creía que todos estábamos de acuerdo en (al menos) una cosa: que ‘Educar’ es desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc. (RAE), hoy tengo que decir que no puedo estar más en desacuerdo con esa definición.
Aunque, si bien una parte de mí se une a las nuevas corrientes pedagógicas que han desterrado el término ‘educación’ en favor de ‘facilitación’, ‘acompañamiento’, ‘crecimiento’, ‘aprendizaje’, la otra sigue anclada en la desacomplejada y osada idea de que las personas (adultas) por el solo hecho de ser personas tenemos la obligación de E-DU-CAR.
Y ahí reside la complejidad: en que no todos los agentes responsables compartimos ideas ni, mucho menos, partimos de las mismas premisas. Entonces te das cuenta de que educar se convierte en una aventura llena de escollos aunque, afortunadamente, también de complicidades y metas alcanzables. «Solo» es necesario trabajar duro y hacerlo bien acompañados.
La importancia de volar (bien) acompañados
Efectivamente, no lo hice sola. Y ésa fue la clave. Rodearme de gente sabia, más lista y talentosa que yo. Con ideas brillantes y, a ser posible, bien disparatadas y bien diferentes a las mías.
Y ahí se produjo una nueva experiencia vital y un nuevo salto en mi trayectoria: Atreverme a salir allí a fuera, a ese espacio que algunos de mis profesores de marketing llamaban el ‘Océano Rojo’ (simplificando mucho, aquél donde lo que se consigue es a costa de los demás) o bien elegir el ‘Océano Azul’ (en el que el consumidor es el centro y toda la estrategia se encamina a sus necesidades y su fidelización).
Una metodología, la del Océano Azul, que va un paso más allá en la de la Venta Relacional Vinculante, con la que me siento mucho más alineada, pues incorpora el Modelo de Transformación Relacional a la acción comercial para convertirla en relaciones de confianza en las que todos ganan.
Decidido, pues, el modelo de empresa y la relación que queríamos con nuestros usuarios, tocaba salir. Salir a volar y hacerlo rodeada de los mejores. ¿Os vienen nombres a la cabeza? Borrad la mitad.
En las trincheras, en el bullir de colegios e institutos, en las escuelas de los centros penitenciarios, lugares de altísima complejidad que algunas «autoridades intelectuales» no han pisado en la vida… ahí sí hay una inagotable fuente de talento e implicación.
Profesionales que para más admiración por mi parte, si cabe, relegan sus nombres y sus éxitos académicos y laborales al anonimato en favor del trabajo diario a pie de aula, patio, comedor escolar, espacios lúdicos, e incluso en la soledad de la atención domiciliaria a alumnos en grave riesgo de exclusión social… Son ésos. Ellas y ellos, los verdaderos motores de la educación como herramienta de transformación social.
Y permitidme el guiño, porque seguro que algunos de ellos y ellas se pasarán por aquí, ¡qué inmenso privilegio trabajar, codo a codo, con todas vosotras! (Lo digo y aún no me lo creo. ¡Soy muy afortunada!).
Y llegó el momento de elegir: cooperar versus competir
Volviendo a los pormenores de emprender en el mundo educativo y a las innumerables ocasiones en las que he tenido que asistir a cursos de marketing y ventas (y es que, cuando sabes que tienes algo bueno entre manos, todos los recursos te parecen pocos para darle salida), una de las cosas en las que todos mis profesores –de ambos océanos– coincidieron, era en la necesidad de identificar quién es y observar cómo lo hace tu… ¿com-pe-ten-cia?.
Así, de entrada, la palabra ya me chirría (¿‘competir’ en la misma frase que ‘educar’?). Pero bueno, con unas ganas locas de salir ahí fuera a demostrar todo lo que podíamos ofrecer y depositando toda mi fe en las consignas de mis mentores, me puse manos a la obra y empecé por definir qué es para mí y para mi equipo la «competencia». Y según (de nuevo) el diccionario de la RAE: 1. f. Disputa o contienda entre dos o más personas sobre algo. 2. f. Oposición o rivalidad entre dos o más personas que aspiran a obtener la misma cosa. 3. f. Situación de empresas que rivalizan en un mercado ofreciendo o demandando un mismo producto o servicio.
Bien, queda claro y, de hecho, para una marca de refrescos, una escudería de Fórmula 1 o un fabricante de aspiradoras, la disputa por hacerse sitio en sus respectivos ‘mercados’ ya me parece algo dentro de la normalidad de la economía convencional. Pero:
¿Qué pasa cuando el «producto» que ofreces tiene que ver con educación?
¿No deberían entonces las palabras disputa, contienda y rivalidad dar paso al acuerdo, entendimiento y cooperación entre los agentes implicados?
¿O es que no vamos todas a una? ¿O es que la propia educación no va de eso?
Acuerdos en materia educativa, sí o sí
Sorprende cuando, en algunos equipos de trabajo u órganos colegiados de ámbito socio-educativo, universidades, o incluso entre entidades de la llamada Economía Social Solidaria (ESS), afloran rencillas y celos profesionales (y personales) en detrimento del alcance de los objetivos que los unen (que no son precisamente vender aspiradoras, con todos mis respetos al Sr. Mc Gaffey, inventor del gadget en cuestión).
Pero bueno, menos mal que son profesionales de la enseñanza y van a poner toda su sabiduría al servicio de gestionar esas rivalidades, priorizar y llegar a una solución…
¡Ah no! ¡Que no queda ahí mi perplejidad! A veces, personas que se han preparado duramente para afrontar los grandes retos de la educación, a la hora de la verdad, no son capaces de gestionar esas pugnas internas y ponerse a trabajar dando lo mejor de sí mismas.
Y, entonces, me pregunto ¿Cómo van a poder construir sobre semejantes cimientos? ¿Cómo van a resolver los problemas y necesidades que marca la actualidad en materia educativa? Es más: ¿No son, precisamente ellos, los depositarios de todos los recursos educativos necesarios para trabajar desde la empatía, la reflexión conjunta, la escucha activa y la actitud generosa?
Cuando de dichos agentes se espera que estén unidos y orientados activamente a la mejora del aprendizaje de nuestros niños y niñas, a una educación en la excelencia, en el respeto, en la igualdad de oportunidades… y, sin embargo, no alcanzan a pactar estrategias o acordar planes educativos… ¿qué podemos esperar? Por no hablar de los poderes en cuyas manos está legislar y (lamentablemente) no son capaces de decretar leyes estables, alcanzadas desde el consenso de toda la sociedad, construidas de abajo a arriba ¡y que duren más de una legislatura! Recordemos: ¡hasta siete leyes educativas distintas han ‘peinado’ el sistema educativo español en lo que llevamos de democracia!
Entonces, ¿azul o rojo?
Sin duda, las personas que pretendemos hacer de nuestros objetivos vitales un reto profesional, las que trabajamos desde todos los niveles y sectores con material sensible como la educación, la sanidad, la solidaridad, el bienestar, e incluso la alimentación, deberíamos conjurarnos al menos en una cosa: de lo que plantemos ahora crecerán los frutos que llevarán a la humanidad a deshumanizarse o a construir un lugar en el que todos tengamos cabida. ¿Qué océano queremos?
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Real Academia Española: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., 2019.