¿Fracaso escolar o fracaso de la escuela?
¿Qué es el fracaso escolar? ¿Quién fracasa realmente en el ámbito educativo? ¿El alumnado, las familias, los docentes, la administración o el propio sistema en su conjunto? Aunque en los estudios y análisis sobre el fracaso escolar suele haber diferentes acercamientos, es habitual referirse a este “como la no graduación en la ESO” (Escudero y Martínez, 2012, p. 177), con lo cual, al arrojarse datos estadísticos por diferentes organismos sobre el asunto, generalmente las políticas de enseñanza regionales y nacionales se centran en combatirlo, como una señal de intención de mejora de la calidad y la salud del sistema educativo. Así ha sido año tras año, década tras década, pero los resultados no terminan de mejorar.
No negaré la relación clara que hay entre la escasa inversión pública en materia educativa y la falta de respuestas (Carrasco, Narciso y Beltrán, 2015) a las incógnitas que, reforma educativa tras reforma educativa, el fracaso escolar sigue arrojando; sin embargo, creo que cuando se establecen planes de acción de mejora de los resultados escolares a partir del replanteamiento de lo que se hace, no deben faltar aquellos aportes que implican de manera intrínseca a la escuela como institución en donde las relaciones educativas, sociales y culturales que se establecen y las acciones que se vinculan a las mismas están ligadas a un entendimiento sesgado del éxito o del abandono de los estudiantes, lo que influye de forma decisiva en estos procesos.
Por ello, mis aportaciones van encaminadas a darle validez de una forma más precisa a la expresión “fracaso de la escuela”, en lugar de “fracaso escolar”. En esta línea se insertan posicionamientos que identifican el origen del fracaso en “la multiplicidad de causas, resaltan el efecto del marco sociopolítico en la educación, y reconocen el potencial de la escuela y del profesorado en la consecución o no de los logros escolares en todos los estudiantes”. (Gil, 2007, p. 7).
Perspectiva global del fracaso
Con esta idea, no queremos decir que el alumnado no tenga ninguna responsabilidad en ese fracaso educativo: no hay que olvidar que en un modelo de escuela democrática y participativa el estudiante es tanto parte de esta como el equipo docente o las familias. Sin embargo, es preciso que esta visión contribuya a superar los elementos tradicionales que suelen analizarse como causas de malos resultados en los ámbitos pedagógicos de un centro (alumnado que no trabaja, que no estudia, que no se centra, que no hace las tareas, que no tiene buen comportamiento, que falta a clase, que presenta carencias de diversa naturaleza, etc.), basados en el déficit y en las presuntas carencias de cada persona a la hora de enfrentarse a una visión hegemónica de la escuela y los currículos. Con ello se quiere llegar a entender que cuando la alumna o el alumno no quieren continuar estudiando no es un fracaso de ella o de él, sino un fracaso de la comunidad o ámbito en el que se ha desenvuelto y de la que forma parte a través de complejas redes de interacciones y relaciones, a lo largo de distintas etapas de su vida infantil y juvenil.
Y eso muchas veces ocurre porque, aunque permanezcan invisibles, en la escuela se perpetúa generación tras generación diferentes mecanismos de marginación simbólica y estructural, que no solo arrojan el llamado abandono escolar -el estudiante deja la escuela cuando el proceso de desenganche ha llegado a su culminación-, sino una forma de abandono dentro de la escuela.
La intención de hablar de fracaso de la escuela no representa trasladar el problema a los profesionales de la educación, sino que supone, más bien, partir del análisis de lo que Romero Sánchez y Hernández Pedreño denominan la “dimensión relacional” (2019, p. 268) entre las causas del abandono escolar.
Además, también implica procurar superarlo para incluir en él factores que no son solamente los familiares, los sociales o los grupales, sino también aquellos otros que sitúan el foco en averiguar cuál es el rol que tiene en la actualidad el alumnado en la escuela y hasta qué punto este rol y su identificación con el mismo pueden determinar que la educación fracase en sus principales cometidos, con el fin de reorientarlos y realizar aportaciones al movimiento de mejora de la escuela (Mata y Ballesteros, 2012).
El abandono “interior”
Se quiere, en este camino de revisión de la idea de fracaso de la escuela, dar un paso más y superar también en lo posible la concepción clásica del término “abandono”, concepción en la que suele pensarse que el sujeto del abandono escolar es el estudiante (Mena, Fernández, Riviere, 2010). En una revisión de los procesos en la búsqueda de un modelo reflexivo que precise no solo de la reformulación del propio término sino también de la mirada que se ejerce sobre las realidades que se observan, lo primero, por lo tanto, que habría que plantearse es quién abandona a quién: si es el estudiante el que abandona la escuela o es la escuela la que abandona al estudiante.
Por otro lado, y ya que la perspectiva que pretendo ejercer es longitudinal, también debe superarse en este estadio previo la relación tradicional entre abandono escolar y estudiante que deja sus estudios antes de acabar la educación obligatoria, que ocupa el gran grueso de los estudios que se realizan sobre esta temática. Aunque los datos cuantitativos de este tipo de abandono final son negativos, como se observa en multitud de análisis, me preocupa más qué otras formas de abandono perviven casi invisibles en el recorrido de un estudiante, y que, por ello, son de difícil medición; mecanismos estructurales, sesgos y comportamientos que arrojan al alumnado a una situación en la que se ve atenazado a la hora de poder continuar su camino en la educación formal, por lo que esta pasa a convertirse en algo secundario en su vida e incluso a desaparecer de ella, a veces de manera temporal y otras -la mayoría-, de forma definitiva.
Sustento, en definitiva, la idea de que hay también una forma de abandono en los hábitos escolares que llevan al alumnado a la repetición de curso, al fracaso de una medida compensatoria o al propio planteamiento de su necesidad, a la desmotivación, a la desorientación o al absentismo. Es tarea conjunta contribuir -con la reflexión- a que las escuelas reconozcan a través del diálogo compartido en claustros, reuniones pedagógicas, comisiones de trabajo, etc. cuáles son esas fórmulas extendidas que contribuyen al fracaso, todo ello desde el enfoque de la inclusión y desde el reconocimiento del valor de la diversidad, todo ello para poder universalizar el éxito, principio y fin de cualquier escuela.
Carrasco, S.; Narciso, L. y Bertrán, M. (2015). ¿Qué pueden hacer los centros públicos ante el abandono escolar prematuro? Explorando las medidas de apoyo al alumnado a través de dos estudios de caso en Cataluña en un contexto de crisis. Profesorado. Revista de currículum y formación del profesorado, 19, 3.
Escudero, J. M. y Martínez, B. (2012). Las políticas de lucha contra el fracaso escolar: ¿programas especiales o cambios profundos del sistema y la educación? Revista de Educación, número extraordinario 2012, 174-193.
Gil, I. (2007). Percepciones de la diversidad y de los logros escolares. Análisis desde un enfoque intercultural. Emigra Working Papers, nº 87. Recuperado de https://www2.uned.es/grupointer/Emigra%20Working%20Papers%20,%2087_%20Gil%20Jaurena.pdf
Mata, P. y Ballesteros, B. (2012). Diversidad escolar, eficacia escolar y mejora de la escuela: encuentros y desencuentros. Revista de Educación, nº 358. Recuperado de http://www.revistaeducacion.educacion.es/re358/re358_02.pdf
Mena, L., Fernández, M. y Riviére, J. (2010). Desenganchados de la educación: procesos, experiencias, motivaciones y estrategias del abandono y del fracaso escolar. Revista de Educación, número extraordinario 2010, 119-145.
Romero, E. y Hernández, M. (2019). Análisis de las causas endógenas y exógenas del abandono escolar temprano: una investigación cualitativa. Educación XXI, 22 (1), 263-293.