El desarrollo emocional desde la práctica
En los últimos meses se ha escuchado constantemente el tema emocional en los diferentes escenarios: el hogar, el trabajo, la familia y de manera individual. Sobre todo, se ha visibilizado su importancia como parte de la cotidianidad y la necesidad de desarrollar habilidades que permitan la gestión emocional.
Las escuelas son el espacio en el que los estudiantes de cualquier nivel educativo, tienen la oportunidad de desarrollar dichas habilidades, debido a la interacción cotidiana con compañeros y profesores, lo que implica una constante puesta en práctica de las habilidades intrapersonales e interpersonales ¿Cómo los docentes podemos acompañar este proceso de desarrollo de
habilidades? ¿Qué prácticas podemos realizar en el salón de clases que aporten en el manejo emocional de los alumnos?
El primer punto es definir que el desarrollo de habilidades emocionales, por muchos años se vio como lo opuesto al desarrollo cognitivo (Brackett et al., 2013), por lo tanto, no relevante dentro de los planes y programas de estudio en las escuelas. Era algo más bien que tenía que ver con la personalidad de cada docente, el que si los alumnos tenían la oportunidad o no de desarrollar dichas habilidades. Eso sí, era un tema no hablado de forma explícita en los espacios escolares. Marc Brackett, discípulo de los psicólogos Mayer y Salovey, explica el modelo que sus tutores crearon para el desarrollo de habilidades emocionales: Mayer-Salovey proponen la construcción de la inteligencia emocional en cuatro habilidades mentales a las que se refieren como ramas: 1) percepción de la emoción, 2) uso de la emoción para facilitar el pensamiento, 3) entendiendo a la emoción y 4) manejo de la emoción. Estas habilidades parten de los procesos más básicos de
percepción hasta los procesos complejos en el manejo de las emociones que ponen en juego el uso de diversos procesos y capacidades. En la primera rama se refiere a la exactitud con la que los individuos pueden identificar las emociones en su persona y en los demás, esto implica desarrollar las habilidades de percepción para poder hacer una lectura integral propia y de los otros (como lenguaje corporal, tono de voz, gestos, etc) hasta llegar a hacerlo en objetos como obras de arte. También en esta rama las personas son capaces de determinar la autenticidad de las emociones que los otros expresan. En la segunda rama, se ve la capacidad para mejorar las habilidades cognitivas y para guiar la atención a ciertas señales del medio ambiente que son significativas, lo que implica que las personas comprenden que ciertas emociones son relevantes para algunas actividades u objetivos. En la tercera rama de este modelo las personas desarrollan la habilidad
para etiquetar correctamente las emociones experimentadas por sí mismas o por los demás y aprender a diferenciarlas. El dominar la habilidad para entender las emociones permite a las personas hacerse conscientes como múltiples emociones pueden «mezclarse» para producir otra,
esto lleva a poder desarrollar estrategias efectivas para el manejo de las emociones. Lo que lleva a la cuarta y última rama, donde se llevan procesos emocionales complejos que permiten a las personas regular las emociones, permaneciendo abiertas tanto a las emociones agradables como las desagradables (Brackett, et al., 2013). Lo anterior llevado a la práctica puede tomar estos sencillos pasos:
- Reconocer. Ser conscientes de la existencia de la emoción, ahí está. Hay algo que se está sintiendo y que tiene que ver con las situaciones y/o experiencias que se tienen. Es importante dar la oportunidad a los estudiantes a tener espacios seguros donde hablar
acerca de las emociones que se les presentan. - Entender. Lograr comprender lo que origina las emociones, ¿Por qué la experiencia nos hace sentir de ese modo? ¿Qué es lo que realmente está detonando esta emoción? Realizar procesos de autorreflexión implica no solamente conocernos un poco más sino
también tomar consciencia de nuestros pensamientos, emociones y acciones. - Poner nombre. El vocabulario que solemos utilizar para nombrar nuestras emociones suele ser limitado, encasillando en ocasiones lo que suele ser una molestia como enojo, o una satisfacción como alegría. Poner el nombre correcto a las emociones nos permite
clarificar la intensidad y, sobre todo, nos ayuda a ser más reales al momento de explicar lo que nos está sucediendo. - Expresar. Este es uno de los momentos importantes, porque significa utilizar la comunicación asertiva para poder expresar lo que nos está sucediendo. Para ello se debió pasar por las etapas anteriores pues al expresar podremos tener claro: el mensaje que queremos emitir, quitarle juicios de valor que no correspondan, ser responsables con la comunicación que se va a tener y sobre todo respetar los pensamientos, emociones y opiniones tanto de los otros como los propios.
- Gestionar. El momento de tomar la decisión acerca de lo que haremos con la emoción, decidir los comportamientos, acciones o estados emocionales que tendremos a raíz del camino recorrido identificando la emoción. ¿Qué puedo hacer con esta emoción? ¿Qué
tengo que hacer para sentirme mejor? ¿Qué acciones son las adecuadas?
Siguiendo una linea similar a la propuesta de Mayer y Salovey, Bisquerra (2007) plantea las competencias emocionales “como el conjunto de conocimientos, capacidades, habilidades y actitudes necesarias para comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos
emocionales” (p. 63). Su propuesta está basada en cinco bloques: 1) conciencia emocional, 2) regulación emocional, 3) autonomía emocional, 4) competencia social y 5) competencias para la vida y el bienestar. Cada bloque a su vez se encuentra integrado por una serie de habilidades que permiten el desarrollo de las competencias emocionales.
Las diferentes propuestas, como se puede apreciar, parten del reconocimiento de las emociones en la persona, es decir, el desarrollo de una autoconciencia emocional que se traduce en la construcción de la personalidad misma; hacia la construcción de los vínculos sociales y la
interacción de la persona con los otros. La forma en que se desarrollan las habilidades emocionales tiene que ver con los aprendizajes que se llevan a cabo en diferentes etapas de la vida.
Enseñar y acompañar el desarrollo de habilidades emocionales, implica también que los docentes debemos de reflexionar y aplicar estos mismos pasos. Cabello, Ruíz-Aranda y Fernández-Berrocal (2010) han expresado que los docentes, de manera general, tienen interés o por lo menos, tienen la instrucción de desarrollar las habilidades emocionales de sus alumnos. Lo anterior como parte de la formación integral que muchos planes y programas de estudio plantean en la actualidad, pero que no se ha logrado consolidar completamente ya que uno de los principales retos es que ese grupo de docentes dominen estas habilidades en primera instancia. No se puede dejar a un lado que las aulas o los espacios escolares representan para los alumnos uno de los (Palomera,Fernández-Berrocal y Brackett, 2008). Aunado a esto, existen diferentes investigaciones donde se demuestra que el desarrollo de estas habilidades en el profesorado ayuda a manejar efectivamente
el estrés laboral que se produce en el contexto educativo. Brackett y Caruso (2007) comparten y visibilizan la importancia que tiene que los propios docentes desarrollen habilidades emocionales, como la capacidad para identificar, comprender y regular las emociones, pues estas influyen en los procesos de aprendizaje, en la salud física, así como la calidad en las relaciones interpersonales. También relacionan este desarrollo con el rendimiento académico y laboral, pues permite claramente regular diferentes situaciones que se pueden presentar y que la falta de habilidades emocionales puede llevar a una toma de decisiones deficiente. Cabello et al. (2010) comentan que
“los docentes con una mayor capacidad para identificar, comprender, regular y pensar con las emociones de forma inteligente tendrán más recursos para conseguir alumnos emocionalmente más preparados y para afrontar mejor los eventos estresantes que surgen con frecuencia en el contexto educativo” (p. 44); lo que implica una mejora en los vínculos de aprendizaje entre los docentes y los alumnos. Este hecho también implica un ambiente escolar sano que facilita el aprendizaje. De este modo, que los profesores aprendan a mantener los estados emocionales positivos y a reducir el impacto de los negativos puede verse reflejado en un mayor bienestar docente y en el mejor ajuste de sus
alumnos (Fernández-Berrocal, Ruíz-Aranda, 2008).
Estamos entonces ante un proceso muy interesante de aprendizaje de las habilidades emocionales, pues es un proceso transformativo no solamente para el estudiante sino a la vez parael maestro. Cada experiencia vivida en contexto escolar puede significar la puesta en práctica delas habilidades emocionales y por ende abrir un nuevo proceso de aprendizaje, pues el
autoconocimiento significa una constante reflexión de lo que nos sucede ante las diversassituaciones e interacciones. Por lo que se genera realmente un ambiente social que propicia las experiencias y los aprendizajes colectivos. Por que además a partir de la experiencia de uno de los integrantes del colectivo los demás también generan un propio aprendizaje que les servirá para
toda la vida.
Es entonces plantear el desarrollo de las habilidades emocionales, no como una materia de estudio, sino más bien como una forma de vida que permite a los integrantes del proceso estar en constante aprendizaje. Dichas herramientas al irse desarrollando los acompañarán durante su vida y seguirán en transformación constante.
Referencias
Bisquerra, R., Pérez, N. (2007). Las competencias emocionales. Educación XXI, 10. Facultad de
Educación UNED (pp. 61 – 82)
Brackett, M., Bertoli, M., Elbertson, N., Bausseron, E., Castillo, R. and Salovey, P.
(2013). Emotional Intelligence. Reconceptualizing the Cognition–Emotion Link. En
Robinson, M., Watkins, E., y Harmon-Jones, E. (Ed.) Handbook of Cognition and Emotion.
(Chapter 20). The Guilford Press.
Brackett, M. A. & Caruso, D. R. (2007). Emotionally literacy for educators. Cary, NC: SEL media.
Cabello, R., Ruiz-Aranda, D. & Fernández-Berrocal, P. (2010). Docentes emocionalmente
inteligentes. REIFOP, 13 (1). http://www.aufop.com
Mayer, J. D., & Salovey, P. (1997). What is emotional intelligence? En P. Salovey & D. J. Sluyter
(Eds.), Emotional development and emotional intelligence: Educational implications (pp. 3
– 34). New York: Basic Books.
Palomera, R., Fernández-Berrocal, P. & Brackett, M. A. (2008). “La inteligencia emocional como
una competencia básica en la formación inicial de los docentes: algunas evidencias”.
Revista Electrónica de Investigación Psicoeducativa, 15, (pp. 437–454).