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Smoothie de emociones confinadas

Como maestro y padre de dos niños pequeños, menores de tres años, el confinamiento está siendo un reto en todos los sentidos de la vida: en el familiar, en el personal y en el laboral, pues se han abierto puertas que jamás pensábamos que íbamos a ser capaces de ver, mirando el horizonte que marca el cuadro que se pinta a través de nuestras ventanas.

Una situación nueva -desconocida- que nos ha pillado a contrapié y nos ha exigido reinventarnos en todos los planos de la vida, pues hemos tenido que modificar nuestras costumbres, nuestra manera de relacionarnos, de afrontar los problemas… todo entre las cuatro paredes de nuestras casas. Cada una con sus características peculiaridades y situaciones que solo se conocen de puertas para dentro, viviendo una realidad distorsionada pendientes del calendario.

Ahora mismo, estoy preocupado por los tres espacios que ocupan mi vida, -actualmente- mi familia, mi trabajo y mi estado emocional, que intento casar como piezas de puzzle para mantenerme equilibrado, aunque muchas veces alguna pieza no encaja, se descompensa y me lleva a una montaña rusa que me hace enfrentar a esta situación no siempre de la misma manera, con las mismas ganas ni con la misma intensidad.

En este confinamiento, estoy viviendo una catarata de emociones, en la que me costó acoplar la situación al principio de no poder salir de casa pues mi cabeza se negaba a aceptar que algo así pudiera estar pasando. He sentido frustración por no poder ayudar a mi hijo de dos años a comprender lo que estaba pasando y por no saber aliviar sus sensaciones que, entre la crisis evolutiva de su edad, unido a los celos por su hermano recién nacido y el no poder salir de casa a correr, saltar, jugar, le han llevado a tener episodios de ansiedad, estrés, terrores nocturnos, siendo muy duro verlo a través de los ojos de padre. He sentido rabia por no poder hacer nada para cambiar esta situación y tener que modificar los hábitos de vida a los que estaba acostumbrado. He sentido incertidumbre por conocer cómo estaban mi alumnado y sus familias, pues no con todos tengo la posibilidad de mantener una comunicación en los canales habituales del colegio, con miedo de que esta situación pudiera afectarles a nivel emocional, además me he sentido desorientado por no saber cómo llegar a ellos, inquietud por poder descubrir la mejor manera de que se sientan que estoy a su lado sin poderles mirar a los ojos, tocar, escuchar, como estábamos acostumbrados a hacerlo mientras jugábamos en el patio del colegio.

 

Logo de piEFcitos, mascota de Educación Física del colegio, creado para el confinamiento.
Logo de piEFcitos, mascota de Educación Física del colegio, creado para el confinamiento.

A pesar de que cada vez que se prorroga el estado de alarma, cada vez que se iban sucediendo los hechos y se actualizaban los datos, siempre he tenido la esperanza de que toda esta situación pasará rápido, de que pronto podremos recuperar nuestra vida tal y como la conocíamos aunque tomando precauciones para evitar que algo parecido pueda volver a ocurrir, pues lo esencial es invisible a los ojos, ya lo decía El Principito, recargando nuestras pilas con un buen café con amigos, de una merienda con familiares, de una conversación en la que nos sentimos cómodos al conectar visualmente con quien tenemos enfrente, pequeños gestos, momentos y vivencias que antes las dábamos por habituales y no siempre las aprovechamos, y ahora las anhelamos, las echamos de menos y queremos que vuelvan a formar parte de nosotros. Nuestras vidas están en PAUSE, que pronto se activará y nos tendremos que dar cuenta de que todos somos importantes con nuestras acciones para que el PLAY de nuestra vida nunca vuelva a quedarse en STAND BY.

¿Cómo fue la vuelta al centro educativo?

El final del curso 19-20 llegó a su fin, nos despedimos del alumnado a través de la pantalla del ordenador, por videoconferencia, como llevábamos haciendo nuestras comunicaciones desde el pasado mes de marzo. Todo de una manera muy incierta, con mucha incertidumbre, una sensación muy difícil de explicar, pues la educación y la enseñanza se nutren del contacto, se alimentan de los abrazos que dan fuerzas para afrontar el verano y se basan en el afecto mostrado tras un hasta luego que abre las vacaciones estivales, donde coger fuerzas y retomar el proceso.

El mes de septiembre que llamó a la puerta del tiempo, se puso en primera fila del calendario, y con él se abrió una caja llena de preguntas sin respuestas, pues hasta ese momento, las administraciones habían esperado al último momento para sacar una instrucciones que se resumen en el “que cada centro se las apañe como pueda”, pues al final la última responsabilidad de acondicionar todo, fue de los docentes y equipos directivos que, sin conocimientos técnicos ni médicos, teníamos que conseguir “un centro educativo seguro”.

No se me olvidará ese primer día de septiembre, con nuestra vuelta al centro educativo, en el que la bienvenida cariñosa y efusiva que era habitual en los años anteriores, se conviritió en un guiño de ojos frío y a distancia, intentando descubrir la emoción que generaba en la otra persona salvando la barrera gestual de la mascarilla, que nos limita en todos los sentidos, pero sobre todo, en el plano emocional al arrebatarnos la parte más expresiva de nuestro cuerpo.

Los días se fueron pasando, las reuniones se fueron sucediendo y, sobre todo, lo que imperaba fue el sentido común, proponer ideas pensando en el cómo nos gustaría a nosotros que fuese nuestra casa, que tratasen a nuestros hijos, medidas que permitieran que, ante todo, todos estuviéramos seguros, manteniéndonos alejados del coronavirus y jugando al escondite con él para que no nos encontrara y tuviéramos que darnos de bruces con la realidad que transmitían diariamente la prensa y los noticiarios en la televisión.

Tuvimos que empezar todo de cero, todo lo que habíamos creado anteriormente, no servía para nada, pues cada uno de los protocolos de actuación eran nuevos, adaptados a las nuevas exigencias de emergencia sanitaria, recolocando mobiliario, parcelar el patio en diferentes zonas para que cada grupo pudiera permanecer sin contacto con el resto, ubicando nuevas aulas en espacio comunes y eliminando lugares donde realizábamos clases de informática, música, plástica o, simplemente, comíamos mientras nos relacionábamos con nuestros compañeros, pues ahora mismo, lo que primaba por encima de todo, era conseguir bajar la ratio del alumnado y evitar, a toda costa, que tuvieran contacto entre sí, pues ahora mismo el alumnado no podía moverse libremente por el centro, si no lo tendría que hacer adaptado a un horario, a un ritmo y, única y exclusivamente, salir de su aula en el tiempo de recreo o para realizar la sesión de Educación Física.

Una cosa tengo clara, las ideas preconcebidas que teníamos del desastre que podría ser el inicio de curso, se fueron difuminando gracias a la gran lección que nos ofreció el alumnado, mostrándose receptivo a los cambios, adaptándose a las mil maravillas y a las nuevas normas y ayudándonos a eliminar el estrés que nos provocaba la incertidumbre y el sentimiento de responsabilidad para que todo saliera bien, pues sin duda alguna, si el inicio de curso ha sido tan exitoso ha sido gracias a la gran labor realizada por el equipo docente, las familias y el alumnado, que han demostrado estar a la altura y sacar lo mejor de sí mismos para que, entre todos, logremos proteger el centro educativo, dejando al “bicho” fuera de nuestros muros.

Dibujo creado por mi hijo de 2 años y medio, representando al COVID-19 que permanece en nuestra ventana.
Dibujo creado por mi hijo de 2 años y medio, representando al COVID-19 que permanece en nuestra ventana.

¿Cómo está siendo ahora?

Después de dos meses que dimos comienzo al curso 2020-2021, la situación ahora mismo está normalizada, hemos aceptado los cambios, hemos integrado las nuevas normas relacionadas con el acrónimo DIMAMA aportado por la Asociación Española de Pediatría que hace referencia a la DIstancia de seguridad, uso de la MAscarilla y el lavado de MAnos.

Nuestro día a día se resumen en una entrada escalonada en intervalos de 10 minutos para evitar que se junten todo el alumnado a la vez, con la mascarilla puesta en todo momento siendo un nuevo complemento que poder conjuntar con nuestra ropa, un acceso al edificio de uno en uno y con una primera toma de contacto con el gel hidroalcohólico, una entrada al aula con una toma de temperatura a través del termómetro digital que ya podría tener forma de cámara de fotos para hacer más alegre el momento y no parece que estamos apuntando con una pistola térmica, un desarrollo de sesiones y áreas en las que el alumnado permanece en su pupitre, sin poder compartir ningún material, teniendo que desinfectar las mesas antes y después de almorzar, permaneciendo en silencio cuando vamos a darle un bocado a nuestra pieza de fruta, bajando al recreo siguiendo un orden establecido para evitar juntarnos en el pasillo, llegando a una parcela en el recreo donde solo poder relacionarse con sus compañeros del grupo de convivencia y teniéndose que ingeniar para sacar una manera de jugar sin materiales… y así, un montón de nuevas rutinas que han venido para quedarse durante, al menos, estos nueve meses que nos separan del mes de junio cuando finalicen las clases de este curso tan extraño.

Ojalá pronto podamos volver a vernos las caras, hablarnos con una sonrisa, decirnos cosas sin necesidad de tener que buscar la manera de ejercitar la musculatura de la cara que se ve por fuera de la mascarilla para expresar lo que sentimos, tocarnos y transmitirnos el afecto que queremos mostrar a través de un toque en el hombre, un choque entre manos o un abrazo que dure 10 segundos y que nos recargue las energías perdidas por todo el estrés vivido, acumulado, pues ya está pesando mucho la situación de aislamiento emocional a la que nos estamos viendo sometidos por culpa de este virus que, aunque es tan insignificante en tamaño, está provocando que el cielo se llene de nuevas estrellas que iluminan cada vez más fuerte las noches del invierno que están por venir.

 

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Carlos Chamorro Durán
Maestro de Educación Física en el CEIP Cristóbal Colón, de Villaverde Alto (Madrid). Coordinador del proyecto de eL CaMiNo De piEFcitos: unidos por una Educación Física saludable y sostenible.

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